Hacia 1813, el final de las guerras napoleónicas era cuestión de tiempo.
Francia mantenía un bloqueo comercial a Rusia, pero las botellas de espumante entraban de contrabando.
Veuve Clicquot –o la viuda Clicquot- quería ser la primera presencia en Rusia cuando comenzaran las celebraciones.
Sin la viuda Clicquot, la icónica bebida no tendría el sabor del triunfo y el lujo que hoy le atribuimos.
A ella se debe también la técnica con la que aún se elabora.
Nunca una mujer había gestionado una empresa con un capital tan importante como la viuda Clicquot.
En 1805, con solo 27 años, Barbe-Nicole Ponsardin Clicquot heredó el negocio local de vinos espumosos de su marido y lo convirtió en un imperio mundial. De ahí que se la conociera en todo el planeta como la gran dama del champán.
Barbe-Nicole nació en Reims, en el corazón de la Champaña, el 16 de diciembre de 1777. En aquella época, el rubro textil acaparaba la economía de esta región, mientras que la elaboración de champán era una actividad poco habitual y destinada básicamente a las cortes europeas.
El padre de Barbe-Nicole, Nicolas Ponsardin, era un rico comerciante textil que aspiraba a entrar en la aristocracia. Pero, tras el estallido de la Revolución Francesa, apoyó a los insurgentes jacobinos para salvar su patrimonio y salir indemne de las revueltas.
Tras las bambalinas, su afán de mayor riqueza seguía intacto. El empresario entabló tratos con Philippe Clicquot, el industrial textil con más peso de Reims, para casar a su hija con el único heredero de este, François.
El joven había mostrado interés en llevar el incipiente negocio complementario de distribución de vinos de su padre.
Barbe-Nicole había sido educada para ser una perfecta esposa y madre burguesa.
Al igual que su flamante marido, procedía de una familia profundamente devota. Pronto dio a luz a su única hija, Clémentine.
Pero, gracias a su carácter inquieto, ambición y astucia, su marido le permitió participar en su gran plan: producir sus propios vinos y champanes y venderlos por Europa como productos de lujo.
Exportar era entonces una rara y peligrosa aventura, y ambos carecían de experiencia vitivinícola, pero aprendieron juntos. Barbe-Nicole siempre escuchaba con atención las conversaciones de su esposo con Louis Bohne, un viajero alemán que se erigió en su hombre de confianza e intrépido embajador comercial.
Barbe-Nicole era práctica y resolutiva; François, soñador y sensible.
Tal vez por eso él se vino abajo cuando, en 1803, la guerra con Gran Bretaña paralizó el comercio. Murió dos años después, oficialmente de fiebres tifoideas, aunque existen rumores sobre un suicidio por problemas económicos.
Barbe-Nicole estaba dispuesta a arriesgar toda su herencia para recuperar la empresa de su difunto marido.
Philippe Clicquot, el suegro de Barbe-Nicole, destrozado, se planteó cerrar la bodega de su hijo, pero lo descartó ante la disposición de su nuera de arriesgar toda su herencia para recuperarla.
El suegro puso una condición: la joven viuda debía someterse a un aprendizaje de cuatro años tutelado por el reputado enólogo Alexandre Fourneaux.
La viuda Clicquot y Fourneaux se asociaron para sacar adelante la compañía, pero el bloqueo naval impuesto por las guerras napoleónicas resultó fatal. Barbe-Nicole tomó decisiones arriesgadas para sortear los barcos militares y acceder a los puertos con mayor demanda.
Pese a ello, fue imposible remontar la empresa.
Monsieur Clicquot acudió de nuevo a resucitarla invirtiendo fuertes sumas.
En 1813, la viuda jugó su gran carta. Su bodega atesoraba un vino excepcional, el de la cosecha de 1811, bautizado como el vino del cometa (al avistarse ese año un astro espectacular).
La Veuve Clicquot Ponsardin estaba a punto de quebrar, debido a la persistencia de las barreras para llegar a clientes potenciales, sobre todo Rusia.
El zar Alejandro I, en guerra con Napoleón, había vetado la entrada del champán francés.
Barbe-Nicole pensó que el primer champagne en pisar Rusia, una vez levantada la prohibición, se adueñaría del mercado.
Así que, desafiando la vigilancia militar, envió un cargamento hasta la actual Kaliningrado y esperó hasta poder dar el salto a San Petersburgo. Cuando finalizó el conflicto y sus competidores se pusieron en marcha, Clicquot llevaba semanas de ventaja, y los rusos ya se habían enamorado de su champán.
Cuando Rusia levantó la prohibición de importar champán francés, los rusos ya se habían enamorado del champán que vendía la viuda Clicquot.
Dos innovaciones consagraron definitivamente a la viuda Clicquot como la gran dama del champán.
En 1816 inventó un sistema que mejoraba la calidad del vino espumoso y agilizaba su producción.
Consistía en colocar las botellas de forma invertida en los orificios de un pupitre inclinado y en girarlas cada día un octavo de vuelta para que los residuos se situaran en el gollete. El turbio depósito, hasta entonces eliminado de forma manual al traspasar el vino de una botella a otra, simplemente se retiraba cambiando el corcho. La técnica del removido, aún vigente, convirtió el champán en una bebida cristalina.
Clicquot pudo así aumentar su oferta y extender el consumo de champán de la corte a las clases medias.
Para diferenciarse aún más de sus competidores, identificó sus botellas con una etiqueta –algo inédito– amarilla, un guiño al color de los edificios de San Petersburgo.
Esto además de ser una característica que se mantiene hasta hoy, también hizo que su marca, con una estrella (o cometa) sea la característica que se buscaba en las etiquetas que por cierto, cuando la demanda aumentó, se falsificaban por doquier.
Llama la atención que la viuda Clicquot no pasara el relevo a su hija. “La infravaloró intelectualmente y la excluyó de los negocios de la familia, prefiriendo, en cambio, casarla con un ocioso y llamativo aristócrata playboy”, critica su biógrafa Tilar J. Mazzeo.
La empresaria murió en 1866, tres años después que Clémentine.
Los herederos de sus socios siguen gestionando el negocio que lleva su nombre.
Toda una leyenda esta dama, otra de las grandes damas del champagne! Salud!